Pasajes de Campoamor nace en 2024 con el objetivo de poner a disposición a todo amante de la historia y de nuestra Dehesa una gran variedad de artículos tratados de forma amena y rigurosa, lejos de fantasías y leyendas. Son todas ellas historias ocurridas tanto en la Dehesa como en los espacios aledaños desde épocas remotas hasta nuestros días. El lector encontrará no solo temas históricos sino aquellos con los que descubrir su fauna y flora, arqueología, deportes y entrevistas.
Hacemos nuestra primera parada junto al puente de la Glea, obra de ingeniería con más de 150 años que se levanta a escasos 100 metros de la playa y que, como objetivo, sirvió para salvar el cauce del río Nacimiento.
Su topónimo originalmente fue el de “Greda”, nombre que se le da al tipo de tierra arcillosa y de color rojizo, de la cual abunda en los alrededores del puente, también en lo encontramos mal llamado como “Gleda” y derivando definitivamente con el nombre de “Glea”, el cual también lo acoge su playa.
En la descripción de su obra y contexto, se trata de un puente largo de 102 m que hoy ha quedado integrado, sin apenas modificaciones de su composición primitiva, en el caserío de las urbanizaciones turísticas de la Dehesa de Campoamor. El puente está formado por diez vanos salvados con bóvedas de cañón, de 7,5 m de luz libre, ejecutadas en sillería de labra fina. Las pilas, con tajamares semi cilíndricos, los tímpanos, los estribos y el pretil son de mampostería. La rasante es horizontal sin ninguna ampliación en anchura.
Llamado originalmente “Puente de la Greda” o “Gleda”, servía a la carretera del litoral, llamada entonces como “carretera de Torrevieja a Balsicas” hasta la Guerra Civil, que pasó a llamarse “carretera nacional 332”. Su construcción finalizó en junio de 1873, poco antes del alzamiento cantonal en Torrevieja (19 – 25 de julio) , movimiento surgido a raíz de la instauración de la Primera República. La construcción de una variante cien años después (entre 1980 y 1990) le liberó del intenso tráfico que ya se registraba en dicha carretera y adquirió un carácter urbano y monumental al quedar inserto dentro de la urbanización
En el diario liberal de “La paz de Murcia” del día 8 de Julio de 1873 en su página uno leemos el siguiente artículo: “ En la semana última quedó abierto al servicio público la parte que desde el barranco de la Gleda, en la carretera de Torrevieja, viene al límite de la provincia de Murcia, cerca de San Pedro del Pinatar. Con éste motivo se han establecido diligencias entre Torrevieja y Cartagena, aprovechando todo el trayecto hasta San Pedro, haciéndose el viaje con celeridad y sin las antiguas molestias que llevaban consigo las malas condiciones del antiguo camino”. Así es como sabemos de su construcción, salvando el río y permitiendo el paso de lado a lado del barranco.
Diez años después, 11 de Marzo de 1883, Juan Pérez Aznar periodista del diario liberal de “El Constitucional” nos hace una gran descripción de su recorrido en carruaje por la carretera de Torrevieja a Balsicas, la Dehesa de Campoamor y el “Puente de la Glea” de la siguiente manera: “La carretera de Balsicas nada ofrece de notable; atraviesa un campo yermo, un extenso saladar; se recorren ocho kilómetros por ella hasta llegar a los primeros matorrales de la dehesa, entre la asfixia y el polvo; nuestros carruajes recorrieron este trayecto en una hora; el terreno no tiene nada de accidentado, los amojonamientos de la extensísima finca del Sr. Campoamor, cuyo perímetro mide más de seis leguas, constituyen los primeros pinos y malezas, la primera vegetación que aparece a la vista. El contraste es sorprendente; lindante con la loma pelada y seca, se levanta el campo esmaltado con todos los colores con que la naturaleza pinta la exuberante vegetación; antes de llegar a este sitio la brisa perfumada con todas las esencias que recoje al paso, acarician la abrasada frente del viajero y dilata sus pulmones constreñidos por el calor y el polvo. La dehesa de Campoamor gráficamente dicho en mitad de la carretera de Torrevieja a Balsicas, no es otra cosa que un delicioso oasis en mitad del desierto; ningún murmullo, ningún canto, ningún movimiento, ningún ruido se percibe en ocho kilómetros de un terreno caldeado por el sol; cierto es que el mar azul y tranquilo se tiene constantemente a la vista, recreando el ánimo, pero el cuadro de la naturaleza carece de encantos, de expresión y de vida; si no le anima la variedad, si no lo matizan todos los colores, si no le arrullan todos los murmullos. El follaje se mueve en cuanto se entra en territorio de la dehesa de Campoamor, los pájaros cruzan en todas direcciones buscando sus fofos nidos en las copas de los árboles. En este delicioso edén vemos al ánade jugar con la ola, a la perdiz aventurarse en todos los atajos, absoluta y libre. Los rayos del sol vense de continuo interceptados por el bosque; y la luz desleída recorre todos los tonos de una sombra que convida, o a la meditación, o al sueño; pero nos dejamos muy pronto llevar de las impresiones. Todavía estamos en la carretera que atraviesa la finca del Sr. Campoamor. La casa se descubre allá a lo lejos, destacándose sobre un mar de verdura. Seméjase a un pájaro enorme con sus alas desplegadas a punto de tender su vuelo; para llegar a ella hay que atravesar un barranco por un puente de reciente construcción, afiligranado de pilones de piedra de cantería; en su fondo, y siguiendo hasta la orilla del mar, vese un bosque de olivos, animado por el tornasol de su follaje espeso y por el monótono canto de la cigarra…” Magnífica descripción de nuestro entorno…
Y hasta aquí la primera parte de la saga «Historia y curiosidades del Puente de la Glea», nos vemos pronto con una nueva entrega dónde serán protagonistas las actividades deportivas y veraniegas… Pasajes de Campoamor…