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jueves 3 julio 2025

Primero de julio. La historia de muchos de nuestros lectores

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No sé muy bien cuándo empecé a vivir en piloto automático. Quizá fue un lunes cualquiera, o un martes, da igual. De esos donde el despertador suena antes de que tu alma se haya conectado al cuerpo, el café no sabe a nada y los atascos duran más que las conversaciones con tus hijos.

Hoy, sin embargo, me he despertado con el piar de los gorriones y una brisa que huele a sal y pino. Y me he hecho la pregunta más absurda y dolorosa a la vez:
¿Qué he estado haciendo todo este invierno?
¿De verdad esto que vivo el resto del año se llama vida?

Pero no voy a ponerme dramático. He llegado a Campoamor. He vuelto. Como cada verano, como un animal que regresa a su hábitat. Pero este año algo ha cambiado. Este año estoy despierto.

Ayer fue el comienzo

Ayer, nada más llegar, me recibió Matthias en la inmobiliaria Moreno Schmidt. Siempre con esa eterna sonrisa suya, como si acabara de encontrar la llave de la felicidad en el buzón. A veces me pregunto si este hombre alguna vez se ha cabreado con alguien.
Me dio la bienvenida con una naturalidad que me hizo sentir como si no hubiese pasado un año desde la última vez. Y cuando abrí la puerta de la casa, esa sensación me golpeó en el pecho: el olor a madera, a limpieza, a recuerdos. Me emocioné. No lo dije, pero lo sentí.

Hoy empieza la vida

El primer baño ha sido en la Playa de la Glea de Campoamor. He llegado con el bañador del año pasado. Nota mental: ¿cómo es posible que el bañador haya encogido mientras yo solo he engordado ligeramente? Misterios del mar.

Después, la primera cerveza en el chiringuito. Cerveza helada, vaso frío, cero conversaciones inútiles. Solo miradas, mar y paz. Me he reído solo al pensar:
¿Estoy tirando mi vida a la basura viviendo en la ciudad?

El ritual sagrado

Almuerzo en La Barraca. Arroz con dorada, vino blanco, vistas al infinito. He comido despacio, como si el tiempo no tuviera dientes.

Después, la siesta. No sé si han sido 40 minutos o dos horas. Solo sé que al despertar, me sentía flotando. Vivo. Ligero.

Tardes de niños y luz dorada

He llevado a los críos a Barranco Rubio. Ellos han hecho castillos y yo, trincheras de sombra. Merienda en el chiringuito y luego paseo por el Club y el Puerto Náutico, entre barcos que me saludan sin decir nada.
La Glea y Aguamarina siguen allí, impasibles, como diciéndome: “tranquilo, todo está bien”.

Después del tardecer pienso en tomar la última en los Jardines de Campoamor, esa luz dorada que ningún filtro puede replicar y pienso, a ver si habren el cine de verano, tengo ganas de esas sillas eternas con el cojín y la manta necesaria para ese aire, siempre frio pero que que acaricia los pensamientos.

Y ahí, justo ahí, lo pensé:
¿Pero esta vida existe de verdad? ¿Gente que vive así todo el año?

Mañana voy a volver a la inmobiliaria. No sé si ilusionarme, ver cuanto cuesta una casa, quizás simplemente sea una buena excusa para quedarme. Pero algo dentro de mí dice que el paraíso no está en otro planeta. Está aquí.

Y yo… quiero formar parte de él.

Nos vemos en Campoamor

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