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jueves 25 abril 2024

¿Qué podemos hacemos hacer desde el punto de vista psicológico para afrontar la crisis del COVID-19?, un artículo de colaboración de Agustín de Madariaga

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Llevamos un mes confinados, en una situación de máxima incertidumbre. Por un lado nuestra salud y la de las personas que más nos importan. Por otra, la incertidumbre económica: para los empresarios el futuro de su proyecto y para los trabajadores de su empleo.

Para afrontar esta situación es importante entender cómo funcionan nuestras emociones porque no es lo mismo afrontar el encierro y un futuro desconocido con emociones positivas (esperanza, autoestima) que emociones negativas (miedo, culpa, ira).

Las emociones han sido estudiadas desde muy diferentes perspectivas pero me voy a detener en la de Weiner para que resulta más fácil entender la importancia de los elementos de la realidad en los que nos fijamos para manejar nuestras emociones.

 Weiner considera que hay tres dimensiones independientes para conformar las emociones: locus de causalidad (la  causa es externa o interna), locus de controlabilidad (puedo controlarlo o no puedo hacer nada) y locus de estabilidad (es permanente o terminará).

Consideremos que la causa es externa. No somos nosotros los causantes del coronavirus. En este caso no podemos hacer nada y aparece la frustración y la ira (si culpamos a alguien). Hasta cierto punto es cierto, pero sí hay parte de la causa que es interna. Sin contactos sociales, el virus no tiene combustible, no tiene a quien contagiar.

Estos conceptos son muy importantes, porque la combinación de estas dimensiones nos hará sentir de una manera o de otra.

¿Cómo debemos manejar esta situación?

La evitación de contactos sociales es una dimensión interna (lo decidimos nosotros) y permite controlar el virus (se ha demostrado en China y se está demostrando en España puesto que la curva de contagios ha caído desde que estamos confinados). La emoción asociada a esta combinación es autoestima (ayudamos, estoy haciendo lo que puedo para controlar esta situación) y esperanza (se puede controlar).

Por tanto debemos centrarnos en estos dos factores.

El establecer que no se ha controlado porque “otros” no lo han hecho bien causa ira y si somos nosotros los que hemos seguido contactando con otras personas, sentiremos culpa.

El que otras personas ayuden a controlarlo nos crea la emoción de gratitud. Salga al balcón a las ocho de la tarde y lo comprobará.

Por tanto, gratitud a los profesionales de la salud y a las personas que se aíslan. Autoestima por aislarnos nosotros y esperanza porque con nuestro personal sanitario y nuestra responsabilidad podemos controlar la pandemia.

Esta situación nos lleva a un bucle positivo: tenemos emociones positivas y el sesgo de auto-confirmación hará el resto: buscaremos en los datos y en la realidad que nos rodea los elementos que confirmen nuestra opinión. Si por el contrario, tenemos una emoción negativa, buscaremos y fijaremos nuestra atención en aspectos negativos y entraremos en un bucle que nos llevará a estar cada vez más hundidos en la rabia o la culpa.

Se trata de centrarnos en aquellos factores  que permitan que nuestras emociones sean las adecuadas para afrontar esta situación.

Afrontamos una situación de máxima incertidumbre, que provoca ansiedad en las personas. Y cuando estamos en una situación de extrema tensión necesitamos contarlo y necesitamos asideros que eliminen incertidumbre. Entonces llegan los rumores. Para entendernos necesitamos una explicación, una certidumbre, sea cierta o no. Preferimos una mentira al vértigo de no saber nada.

Los rumores

Un rumor es una información falsa, parcial o poco verificada.

En todas estas situaciones llegan desde diferentes vertientes: supuestos remedios para no contagiarse o teorías conspirativas y culpas.

El combustible de los rumores es el clima de tensión y la ansiedad (evidentemente muy alto en estos momentos), la cantidad de personas que se hacen eco (casi todo el mundo habla de ello), la confusión o ambigüedad de la situación (en un primer instante no se sabe con exactitud lo que ocurre) y la credibilidad de la fuente (al llegar por muchas fuentes distintas y algunas conocidas se crea una ilusión de verosimilitud). El resto lo hace el sesgo de auto-confirmación. Los rumores y noticias falsas de las que nos hacemos eco siempre tienen que ver con nuestras opiniones y actitudes previas.

La velocidad a la que se difunden las informaciones negativas es muy superior al de la transmisión de noticias positivas. De ahí que una de las actuaciones fundamentales para evitar la extensión del pánico en estas situaciones es insistir en las informaciones positivas. Tardan más en llegar luego hay que repetirlas más.

La comunicación

La comunicación es clave para atajar este fenómeno del rumor en caso de incertidumbre o de posibilidad de pánico en la población.

Es necesario cortar esa inercia social de transformación de una información previa real en un bulo. Primero los ciudadanos y sobre todo los periodistas debemos cortar esa cadena de información no contrastada. Hay que atender a la credibilidad de la fuente.

El periodista Miguel Ángel Aguilar repite mucho una frase que define esta situación: “en una inundación lo más escaso es el agua potable”.

Después, desde las cuentas de las instancias oficiales en la redes sociales y con mensajes a los influenciadores para que difundan numerosas veces la información real, y con más énfasis en las tranquilizadoras.

Si es posible hay que anticiparse a los rumores. Si la información completa y sin ambigüedades desde fuentes oficiales “sacia” la sed de noticias que provoca la incertidumbre no hay sitio para los bulos. Cuando hay silencio, falta de información, el hueco lo rellena cualquiera.

Hay que ofrecer toda la información posible en tres aspectos: qué ha ocurrido, qué puede ocurrir, qué debemos hacer todos para enfrentarnos a lo que puede ocurrir.

Y un aspecto fundamental: la responsabilidad personal. Ayudemos con lo que está en nuestra mano. Si podemos ayudar con mensajes de auxilio y solidaridad, perfecto. Si no, hay que cuidar la verosimilitud de la información que transmitimos, comprobarla en fuentes fiables y si no estamos seguros, parar el rumor e incluso interrogar a quien difunde el bulo para que quede en evidencia la falsedad. Si le han engañado, buscará comprobar y ayudará a desmentir. Si no, hay que denunciar su actuación.

Es un artículo de colaboración de Agustín de Madariaga, amigo de Campoamor.com, licenciado en psicología y licenciado en periodismo.

Nos vemos en Campoamor

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