Fina, conocida también como la panderillas o Fina la del quiosco, nació, allá por el 1937, en la casa principal de Campoamor, cuando todavía no existía la urbanización y todo eran tierras de labranza en las que se cultivaban guisantes, alcachofas, habas y, sobre todo, cereales. Su infancia fue como la de muchos niños de aquella época en los entornos rurales, exenta de lujos y comodidades pero colmada de momentos felices rodeada de su familia. O al menos, así la recuerda ella que, a pesar de contar que a los nueve años ya trabajaba en las tareas del campo o de incomodidades como tener que ir a coger el agua de beber a la rampa del río Nacimiento, habla con entusiasmo de aquellos tiempos y se le iluminan los ojos recordando.
Probablemente, fue Ramón de Campoamor, constructor de la casa principal, junto a su esposa, el que implantó el sistema de colonias agrícolas en la finca a mediados del siglo XIX, sistema que promovía el asentamiento de colonos para que habitaran una vivienda cerca de la tierra que trabajaban. Fina comenta que cuando ella era niña habría unas cien personas repartidas en la media docena de casas que había en la finca.
Las familias eran numerosas y había muchos niños que, según recuerda Fina, se juntaban los domingos para jugar en el campo, “era la única diversión que teníamos”. Sin contar las excursiones a Pilar de la Horadada, la población más cercana, “mi padre nos llevaba en el carro, pero había que llevar cuidado con la hora, porque a las cinco en punto te podías cruzar con el único coche que pasaba, el Costa Azul, y había que llevar mucho cuidado porque espantaba a la yegua”.
También recuerda Fina que una vez al año, el día de Santiago concretamente, iban a la playa. “Mi madre preparaba tortilla y conejo en pepitoria, y pasábamos el día bañándonos en el mar”. O el día de la mona, que lo pasaban en la pinada con las demás familias.
Fina recuerda que una vez a la semana venía un maestro, desde San Miguel de Salinas, para darles clase a ella y a sus hermanos. Así como a los niños de las demás casas de labranza que había en la fincan, antiguamente llamada de Matamoros.
Cuenta que, durante los trayectos en carro, le pedía a su padre que le explicara sus dudas escolares. De sus hermanos, era la más aplicada, incluso consiguió aprobar un curso de corte y confección por correspondencia.
De aquellos primeros años de infancia y adolescencia no olvidará cuando vino todo un obispo, con un séquito de curas, a ofrecerles la Primera comunión a un nutrido grupo de niños procedentes de las distintas casas de la finca. Las edades oscilaban entre los 4 y los 12 años, incluso hubo algunos, un poco mayores, que aprovecharon la magna visita para obtenerla Confirmación.
Pero fina creció y se enamoró. Conoció, dice que en los bailes de Pilar de la Horadada, a Francisco Fernández “ Paco el de Los Álvarez”, apodo que le venía por trabajar en una finca con el mismo nombre de San Pedro del Pinatar, donde se fueron a vivir cuando se casaron. Fina suelta una carcajada al comentar que de viaje de novios se fueron a Barcelona en moto.
Después de vivir en San Pedro y más tarde en Pilar de la Horadada, volvieron a Campoamor, por el año 1982, ya con cuatro hijos, Francisco José, Raúl, Roberto y Emilia María. De vuelta a la casa Principal, se puso al servicio de la propietaria, Encarna Segura. “En aquellos tiempos, yo hacía de todo, limpiaba, ayudaba en las tareas de la casa y ayudaba también en la cocina. Pero enseguida decidieron que aprendiera a cocinar con los cocineros del Hotel Montepiedra, fui evolucionando hasta que un día llegaron a confiar en mí como cocinera de la casa”, recuerda Fina.
“Tuve oportunidad de hacer de comer a mucha gente importante de la época, como Carrero Blanco, la mujer de Franco, Pitita Ridruejo, la Duquesa de Alba y a su hermana, a Adolfo Suárez, al marqués de Villaverde y a su señora, incluso vino el propio Rey Juan Carlos”, comenta Fina, con orgullo.
En una ocasión, la señora de la Casa le anunció que se iba a celebrar una cena muy especial con más de cuarenta invitados, entre los que destacaba la presencia del entonces Príncipe Felipe. Fina se esmeró esa noche, sacó una mantelería que ni la Señora se acordaba que tenía, la estuvo planchando durante tres días hasta que quedó perfecta y puso la mesa, los cubiertos y la vajilla “me fijé en las fotografías de la revista Hola”, la señora de la Casa no daba crédito, la mesa estaba perfecta. Esa noche Fina hizo un menú en el que incluyó croquetas, que repartió en bandejas de catorce unidades, una de estas bandejas cayó justo delante del Príncipe y le gustó tanto que se las comió todas. Al finalizar la cena, Don Felipe quiso entrar en la cocina para saludar a la cocinera, y después de un emotivo abrazo le dijo que sus croquetas eran una maravilla.
Fina Campillo es una de las personas más entrañables de Campoamor, ha visto poner la primera piedra de la urbanización, cuando hicieron la cafetería Montepiedra.
Una vida de trabajo duro que ahora ve recompensado por el cariño que recibe de las personas que la conocen y la quieren. Sus últimos años laborales los desarrolló preparando de comer a todo el que visitaba el quiosco de Fina, que estaba donde ahora está el restaurante Fish Bowl.
Nos vemos en Campoamor