Muchos de nosotros hemos tenido la suerte de cruzarnos, durante las noches de Campoamor, con algún simpático erizo terrestre caminando entre los jardines, con más velocidad de la que aparenta poder alcanzar y un característico movimiento de su enorme cuerpo con relación a las pequeñas patas. Incluso, los hemos podido tener en nuestros jardines intentando robar alimento del comedero de nuestros perros.
El erizo común o europeo (Erinaceus europaeus) es el insectívoro de mayor tamaño de la península Ibérica, pudiendo alcanzar, en algún caso, más de un kilogramo de peso. Su alimentación se compone, principalmente, de lombrices de tierra, aunque no hace ascos a saltamontes, lagartijas e incluso algún polluelo de ave que haya caído del nido, entre otra cosas. Es bastante voraz, probablemente por la necesidad instintiva de recuperar reservas después de hibernar o acumular para el periodo de letargo, que suele ser a partir del mes de octubre. Aunque en nuestra zona las temperaturas suaves provocan que su periodo de actividad sea mayor que en otros lugares más fríos.
La característica principal de este pequeño mamífero es la de tener un cuerpo recubierto por duras púas, que utiliza a modo de recubrimiento defensivo al sentirse atacado. Púas que, a la hora de la cópula, la hembra relaja y aplana para permitir que el macho se suba sobre ella. Suelen tener una camada al año, aunque puede darse el caso de que sean dos, dando a luz hasta siete crías por parto.
Como curiosidad, se cree que los romanos anteriores al nacimiento de Cristo, eran capaces de domesticarlos, atribuyéndoles curiosas propiedades de salud capilar. También se sabe que su piel, recubierta de púas, fue utilizada para recubrir los látigos que se usaban para fustigar a los caballos (Wikipedia).
Un artículo de colaboración de José Luis Villaescusa
Fotografía de José Luis Villaescusa
Nos vemos en Campoamor
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